Nuevo 1 de mayo y nuevo 2 de mayo, día del trabajo y, como han titulado algunos, día del paro, repectivamente.
Aquí tenemos poco que celebrar en el primer caso y mucho que compadecernos en el segundo.
Cuando dentro de algunos siglos, los historiadores analicen esta etapa, seguro que alucinarán en colores cuando observen que el rebaño se mantenía dócil, tranquilo y sin contratiempos con tasas del 26% de desempleo, aunque si miran adecuadamente debajo de las alfombras de la historia, hallarán ingentes bolsas de empleo sumergido que hacen de muro de contención de protestas multitudinarias y de caos en las calles.
En nuestro país, con unos sindicatos pesebreros a sueldo del régimen corrupto que los mantiene a nuestra costa, tampoco nos podemos hacer muchas ilusiones, pero me temo que todo irá incluso a peor con una flexiprecariedad que va a más sin que nadie haga nada por corregir los evidentes desajustes.
En términos más globales, el trabajo ya se está convirtiendo en un bien escaso y no porque lo diga yo, que no soy alguien representativo, sino que la propia lógica dicta su ley y mientras en el mundo nacen cada vez más personas y los adelantos técnicos propician que se reduzca constantemente la mano de obra que se requiere para obtener los mismos productos o servicios, pensar en el empleo como en algo a lo que tenemos derecho, como reza en constituciones y panfletos políticos de variado pelaje, es ya una quimera.
Podría seguir extendiéndome con más líneas sobre el trabajo y el empleo, pero como suele decirse, una imagen vale más que mil palabras y mejor definición gráfica de lo que estamos hablando que la viñeta que publicó el 1 de Mayo el amigo J.R. Mora en su blog y que ilustra estas líneas, no se me ocurre.
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